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ASCENSO Y CAÍDA DE WEWORK EN LA ERA DE LAS STARTUPS

August 30, 2025

Los inicios de un sueño compartido

En 2010, en pleno auge de las startups tecnológicas en Nueva York, Adam Neumann y Miguel McKelvey fundaron WeWork. La idea surgió de una experiencia previa llamada Green Desk, un espacio de oficinas ecológicas en Brooklyn que rápidamente fue vendido. El nuevo concepto prometía más que solo rentar escritorios: buscaba crear una comunidad de emprendedores, freelancers y pequeñas empresas que encontraran en el coworking un ecosistema de colaboración y pertenencia.

El momento histórico jugaba a su favor. Tras la crisis inmobiliaria de 2008, abundaban edificios con oficinas vacías en Manhattan. Los fundadores supieron aprovechar esa coyuntura: ofrecían a los propietarios una solución para llenar espacios y a los clientes la posibilidad de acceder a oficinas modernas, flexibles y con precios más accesibles que los contratos de arrendamiento tradicionales. En pocos años, el crecimiento fue exponencial, atrayendo a miles de clientes y levantando rondas de inversión millonarias.

La expansión imparable y el espejismo del valor

Entre 2011 y 2015, WeWork pasó de un edificio en Manhattan a decenas de sedes internacionales. Su propuesta de valor se alejaba del modelo tradicional de bienes raíces y se vendía como una empresa tecnológica disruptiva. No solo ofrecían oficinas, sino la promesa de pertenecer a una comunidad global que redefinía el concepto de trabajo. En este período, la compañía alcanzó una valuación de 10 mil millones de dólares, respaldada por fondos de inversión como Benchmark.

La estrategia de marketing de Neumann, cargada de carisma y grandes discursos sobre cambiar el mundo, capturó la atención de inversionistas y medios. WeWork ya no era una inmobiliaria, era una “plataforma de innovación”. La narrativa se consolidó con la entrada de SoftBank y su Vision Fund, liderado por Masayoshi Son, que en 2017 inyectó miles de millones de dólares en la empresa, elevando su valuación hasta 47 mil millones, superando a gigantes como Airbnb, Stripe y SpaceX.

Pero esa cifra era más ilusión que realidad. Mientras empresas comparables como IWG (Regus) mostraban utilidades sostenidas, WeWork acumulaba pérdidas millonarias. Su estrategia de expansión global priorizaba velocidad sobre rentabilidad. Se abrían sedes en Asia, Europa y América Latina sin estudios financieros sólidos, y se invertía en proyectos extravagantes: desde escuelas privadas bajo la marca “WeGrow” hasta compañías de wave pools y bebidas energéticas.

El fracaso del IPO y la caída de Neumann

En agosto de 2019, WeWork anunció su intención de salir a bolsa. El IPO prometía ser uno de los más grandes del año, pero la revelación de sus estados financieros encendió todas las alarmas. En apenas los primeros seis meses de ese año, la empresa había perdido 690 millones de dólares, sumando pérdidas acumuladas de casi 3 mil millones en tres años.

Los inversionistas quedaron perplejos al descubrir prácticas cuestionables: Neumann había vendido a la empresa el derecho de uso de la palabra “We” por 5,9 millones de dólares; había adquirido propiedades que luego arrendaba a WeWork; y usaba recursos corporativos, como un jet privado de 60 millones, para fines personales. La cultura organizacional, descrita como “casi sectaria”, también empezó a generar críticas por excesos y falta de gobernanza.

La presión fue insoportable. El 24 de septiembre de 2019, Adam Neumann renunció como CEO, presionado por el propio SoftBank, que veía cómo su millonaria apuesta se desplomaba. El IPO fue cancelado, miles de empleados fueron despedidos y proyectos como WeGrow cerrados abruptamente. El “unicornio” más prometedor del coworking se convertía en un ejemplo de exceso y mala gestión.

El rescate de SoftBank y el derrumbe del mito

Con la compañía al borde de la quiebra, SoftBank intervino en octubre de 2019 con un rescate de 9,5 mil millones de dólares. Paradójicamente, la inversión redujo la valuación de WeWork a menos de 8 mil millones, una fracción de lo que había sido solo meses antes. Masayoshi Son calificó la aventura como una de sus mayores decepciones, pero decidió sostener la empresa para salvar parte de su inversión y evitar un colapso total.

En paralelo, la compañía inició un proceso de reestructuración, cerrando sedes no rentables y frenando su agresiva expansión. El modelo de negocio volvió a ser lo que siempre había sido: una empresa inmobiliaria que rentaba oficinas. Sin la narrativa visionaria y con la reputación dañada, WeWork perdió su atractivo como símbolo de innovación.

El golpe fue tal que, en 2021, la empresa logró finalmente salir a bolsa, pero a través de una fusión con una SPAC y con una valoración muy por debajo de su pico histórico. Para entonces, el aura de “revolucionar el trabajo” se había esfumado, dejando tras de sí una advertencia para la industria.

Conclusiones

La historia de WeWork es una crónica de excesos, narrativas infladas y ausencia de controles corporativos. Su auge y caída reflejan la fiebre de capital de riesgo de la década de 2010, donde la velocidad y la visión importaban más que la rentabilidad y la disciplina financiera. El caso demuestra que:

  • El carisma de un fundador puede atraer miles de millones, pero no sustituye a un modelo sostenible.

  • Las valoraciones infladas, cuando no se respaldan con ganancias, se desploman con la misma rapidez con que se construyen.

  • La falta de supervisión y la concentración de poder en manos de un líder pueden llevar a decisiones erráticas y costosas.

  • Aun con rescates millonarios, la confianza en una marca puede tardar años, o incluso nunca, en recuperarse.

WeWork pasó de ser la promesa de una nueva forma de trabajar a convertirse en un símbolo de advertencia sobre los peligros del capital sin control. En el futuro, su historia será recordada como una lección en el manual de las startups: crecer rápido sin fundamentos sólidos puede ser tan brillante como fugaz.