
EL AUGE Y LA CRISIS DEL STREAMING DIGITAL
Introducción
Durante las primeras décadas del siglo XXI, el streaming se consolidó como la gran promesa tecnológica del entretenimiento. Series, películas y música al alcance de un clic parecían inaugurar una nueva era: sin anuncios, sin horarios y con la libertad de elegir qué ver y cuándo verlo. Sin embargo, apenas dos décadas después, ese sueño se ha desmoronado. Lo que comenzó como una alternativa económica y accesible a la televisión por cable hoy se ha convertido en un ecosistema fragmentado, caro y cada vez más frustrante. En medio de este proceso, un viejo fantasma ha regresado con fuerza: la piratería.
La historia del auge y caída del streaming es también la historia de cómo la industria del entretenimiento, dominada ahora por intereses financieros de corto plazo, ha sacrificado la comodidad del usuario en favor de márgenes de rentabilidad inmediata. Esta crónica recorre sus orígenes, su expansión, la aparición de gigantes como Netflix, Disney+, Amazon Prime Video o Apple TV+, y finalmente su decadencia en un panorama marcado por la fragmentación, la publicidad forzada y la erosión de la confianza de los consumidores.
La promesa inicial: Netflix y el fin de la televisión por cable
Cuando Netflix lanzó su servicio de streaming en 2007, pocos imaginaban que se transformaría en un fenómeno global capaz de destronar al cable. Por apenas ocho dólares al mes, los usuarios accedían a un catálogo casi ilimitado. La clave estaba en la centralización: desde producciones de Warner hasta clásicos de Paramount, pasando por documentales de National Geographic. Todo estaba en un solo lugar, disponible en cualquier dispositivo, sin horarios ni interrupciones publicitarias.
La comparación con la televisión por cable era brutal. En lugar de pagar más de 100 dólares mensuales por decenas de canales irrelevantes, el usuario pagaba menos de 10 por exactamente lo que quería ver. El efecto fue inmediato: millones comenzaron a cancelar suscripciones de cable en favor de la nueva experiencia digital. El streaming parecía no solo el futuro, sino el fin de un modelo obsoleto.
El despertar de los estudios: la fragmentación de catálogos
La bonanza duró poco. Al percatarse de que estaban entregando sus contenidos más valiosos a un competidor que acaparaba al público y los ingresos, los estudios decidieron retirarlos y lanzar sus propias plataformas. Así nació la era de la fragmentación:
- Disney+ en 2019 con todo el catálogo de Marvel, Pixar y Star Wars.
- HBO Max (hoy simplemente Max) con producciones de Warner.
- Paramount+ con series icónicas como Star Trek.
- Peacock de NBCUniversal.
De pronto, lo que antes costaba 8 dólares pasó a superar los 100 si el usuario quería acceder a todos los catálogos. Para empeorar, muchas plataformas comenzaron a introducir publicidad incluso en planes pagos, reducir la calidad de imagen en opciones más baratas o cobrar extras por funciones antes incluidas.
El retorno de la piratería: una reacción lógica
La piratería, que había perdido terreno en la década de 2010 gracias a la comodidad del streaming, resurgió como respuesta a la complejidad y el encarecimiento del modelo. Ver una sola serie podía requerir una suscripción a Disney+, otra película en Netflix y un documental en Amazon Prime Video. A eso se sumaban rotaciones constantes de contenido: lo que hoy estaba disponible desaparecía el mes siguiente.
Ante este escenario, muchos consumidores optaron por volver a webs de descargas, torrents y redes privadas que ofrecían catálogos completos sin importar la plataforma. No se trataba de una búsqueda de ilegalidad, sino de recuperar la comodidad perdida. Como señaló Gabe Newell, fundador de Valve y creador de Steam: “La piratería no es un problema técnico, sino un problema de servicio”.
La financiarización del entretenimiento: Hollywood en manos de Wall Street
El declive del streaming no puede comprenderse sin analizar el cambio estructural en la industria del entretenimiento. Durante gran parte del siglo XX, los estudios eran dirigidos por productores con interés en crear contenido innovador. Sin embargo, en las últimas décadas el control pasó a fondos de inversión y capital privado cuyo único objetivo era maximizar beneficios inmediatos.
Un caso emblemático fue MGM, adquirido en 2004 por un consorcio liderado por Sony y varios fondos. El estudio, dueño de franquicias como James Bond, quedó cargado con una deuda de 3.700 millones de dólares y perdió gran parte de su infraestructura antes de ser vendido en piezas. El mismo patrón se repitió en cadenas de cine, productoras, agencias de talento e incluso en Nielsen, la empresa que mide audiencias.
Este fenómeno, conocido como financiarización, desplazó la visión creativa en favor de las hojas de cálculo. El resultado: menos riesgo artístico, más franquicias recicladas, más contenido de bajo costo y una industria cada vez más desconectada de su público.
Del prestigio creativo a la sobreproducción desechable
En la llamada “edad dorada de la televisión” (años 2000–2010), surgieron producciones como Breaking Bad, The Sopranos o Mad Men. Series complejas, con arcos narrativos profundos y alto presupuesto. Pero a partir de la segunda década del siglo XXI, ese modelo fue sustituido por docuseries superficiales, reality shows y productos de rápida rotación diseñados únicamente para retener suscriptores.
La obsesión por la cantidad sobre la calidad llevó a situaciones como la de Netflix, que en 2024 gastó más de 17.000 millones de dólares en contenido, gran parte destinado a renovar franquicias y producir formatos baratos. Mientras tanto, los usuarios percibían que pagaban cada vez más por contenidos cada vez menos memorables.
La comparación con los videojuegos: Steam como ejemplo
En contraste, la industria de los videojuegos mostró que el problema no es la piratería en sí, sino la falta de un buen servicio. Steam, la plataforma de Valve, demostró que si se ofrece un producto accesible, funcional y con precios razonables, los usuarios prefieren pagar. Descargas rápidas, disponibilidad global sin bloqueos regionales y permanencia en la biblioteca generaron lealtad y confianza.
El contraste con plataformas de cine y televisión es evidente: incluso contenidos comprados en Amazon o Apple pueden desaparecer si expiran las licencias, algo impensable en la lógica de Steam.
Restricciones, regulaciones y erosión de la confianza en internet
A la crisis del streaming se suman nuevas regulaciones gubernamentales. La Online Safety Act del Reino Unido (2025), por ejemplo, impuso verificaciones de edad invasivas como reconocimiento facial o documentos oficiales para acceder a ciertos contenidos. Empresas como Reddit y X tuvieron que adaptarse, lo que disparó el uso de VPNs en un 10.000% según ProtonVPN.
Este tipo de medidas, sumadas a la homogeneización de contenidos generados por inteligencia artificial en medios digitales, refuerzan la sensación de que internet se vuelve un espacio cada vez menos libre y más controlado por intereses corporativos.
Conclusiones
La historia del streaming es una lección de cómo una innovación prometedora puede desvirtuarse por la avaricia corporativa y la falta de visión a largo plazo. Lo que nació como la democratización del entretenimiento terminó fragmentado, caro y lleno de barreras.
El regreso de la piratería no es un fenómeno aislado ni una mera ilegalidad: es un síntoma del fracaso del modelo actual. Tal como ocurrió con la música en los 2000 y como Steam demostró en los videojuegos, la clave para combatirla no está en endurecer restricciones, sino en ofrecer un servicio justo, confiable y accesible.
Si las plataformas no aprenden esta lección, podrían estar acelerando su propia caída, repitiendo errores que la historia ya mostró como inevitables.